sábado, 19 de junio de 2010

Jose Antonio Pagola - ¿Quién decís que soy yo?


¿Quién decís que soy yo?
12º domingo durante el año
Lc 9, 18-24

Según un relato evangélico, estando Jesús de camino por la región de Cesárea de Filipo, preguntó a sus discípulos qué se decía de él. Cuando ellos le informaron de los rumores y expectativas que comenzaban a suscitarse entre la gente, Jesús les preguntó directamente: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?».

Transcurridos veinte siglos, cualquier persona que se acerca con interés y honestidad a la figura de Jesús, se encuentra enfrentado a esta pregunta: «¿Quién es Jesús?». La respuesta solo puede ser personal. Soy yo quien tengo que responder. Se me pregunta qué digo yo, no qué dicen los concilios que han formulado los grandes dogmas cristológicos, no qué explican los teólogos ni a qué conclusiones llegan hoy los exegetas e investigadores de Jesús.

También yo me he preguntado más de una vez quién es realmente Jesús para mí. No es mi propósito confesar aquí mi fe en Jesucristo. Lo he de hacer, como todos los cristianos, sobre todo con mi vida de cada día. Lo que sí quiero es compartir con quienes os sentís cristianos algunas convicciones que han ido creciendo en mí con fuerza, a medida que he ido avanzando en mi esfuerzo por aproximarme a la persona de Jesús.

Estas convicciones no pretenden imponer nada a quienes piensan de manera diversa. Solo son expresión de mi fe en Jesucristo. Las quiero compartir con los que amáis a Jesús, creéis en su proyecto del reino de Dios y lleváis muy dentro del corazón la preocupación por el destino de la humanidad.

Volver a Jesús

Esto es lo primero y más decisivo: poner a Jesús en el centro del cristianismo. Todo lo demás viene después. ¿Qué puede haber más urgente y necesario para los cristianos que despertar entre nosotros la pasión por la fidelidad a Jesús? Él es lo mejor que tenemos en la Iglesia. Lo mejor que podemos ofrecer y comunicar al mundo de hoy.

Es esencial para los cristianos confesar a Jesucristo como «Hijo de Dios», «Salvador del mundo» o «Redentor de la humanidad», pero sin reducir su persona a una «sublime abstracción». No quiero creer en un Cristo sin carne. Se me hace difícil alimentar mi fe solo de doctrina. No creo que los cristianos podamos vivir hoy motivados solo por un conjunto de verdades acerca de Cristo. Necesitamos el contacto vivo con su persona: conocer mejor a Jesús y sintonizar vitalmente con él. No encuentro un modo más eficaz de ahondar y enriquecer mi fe en Jesucristo, Hijo de Dios, hecho humano por nuestra salvación.

Todos tenemos cierto riesgo de convertir a Cristo en «objeto de culto» exclusivamente: una especie de icono venerable, con rostro sin duda atractivo y majestuoso, pero del que han quedado borrados, en un grado u otro, los trazos de aquel Profeta de fuego que recorrió Galilea por los años treinta. ¿No necesitamos hoy los cristianos conocerlo de manera más viva y concreta, comprender mejor su proyecto, captar bien su intuición de fondo y contagiarnos de su pasión por Dios y por el ser humano?

Los cristianos tenemos imágenes muy diferentes de Jesús. No todas coinciden con la que tenían de su Maestro querido los primeros hombres y mujeres que lo conocieron de cerca y le siguieron. Cada uno nos hemos hecho una idea de Jesús; tenemos nuestra propia imagen de él. Esta imagen, interiorizada a lo largo de los años, actúa como «mediación» de la presencia de Cristo en nuestra vida. Desde esa imagen leemos el evangelio o escuchamos lo que nos predican; desde esa imagen alimentamos la fe, celebramos los sacramentos y configuramos nuestra vida cristiana. Si nuestra imagen de Jesús es pobre y parcial, nuestra fe será pobre y parcial; si está distorsionada, viviremos la experiencia cristiana de forma distorsionada. Entre nosotros hay cristianos buenos, que creen en Jesús y lo aman sinceramente, ¿no necesitamos muchos «cambiar» y purificar nuestra imagen de Jesús, para descubrir con gozo la grandeza de esa fe que llevamos en nuestro corazón?

Creer en el Dios de la vida

En estos tiempos de profunda crisis religiosa no basta creer en cualquier Dios; necesitamos discernir cuál es el verdadero. No es suficiente afirmar que Jesús es Dios; es decisivo saber qué Dios se encarna y se revela en Jesús. Me parece muy importante reivindicar hoy, dentro de la Iglesia y en la sociedad contemporánea, el auténtico Dios de Jesús, sin confundirlo con cualquier «dios» elaborado por nosotros desde miedos, ambiciones y fantasmas que tienen poco que ver con la experiencia de Dios que vivió y comunicó Jesús. ¿No ha llegado la hora de promover esa tarea apasionante de «aprender», a partir de Jesús, quién es Dios, cómo es, cómo nos siente, cómo nos busca, qué quiere para los humanos?

Qué alegría se despertaría en muchos si pudieran intuir en Jesús los rasgos del verdadero Dios. Cómo se encendería su fe si captaran con ojos nuevos el rostro de Dios encarnado en Jesús. Si Dios existe, se parece a Jesús. Su manera de ser, sus palabras, sus gestos y reacciones son detalles de la revelación de Dios. En más de una ocasión, al estudiar cómo era Jesús, me he sorprendido a mí mismo con este pensamiento: así se preocupa Dios de las personas, así mira a los que sufren, así busca a los perdidos, así bendice a los pequeños, así acoge, así comprende, así perdona, así ama.

Me resulta difícil imaginar otro camino más seguro para acercarnos a ese misterio que llamamos Dios. Se me ha grabado muy dentro cómo le vive Jesús. Se ve enseguida que, para él, Dios no es un concepto, sino una presencia amistosa y cercana que hace vivir y amar la vida de manera diferente. Jesús le vive como el mejor amigo del ser humano: el «Amigo de la vida». No es alguien extraño que, desde lejos, controla el mundo y presiona nuestras pobres vidas; es el Amigo que, desde dentro, comparte nuestra existencia y se convierte en la luz más clara y la fuerza más segura para enfrentarnos a la dureza de la vida y al misterio de la muerte.

Lo que más le interesa a Dios no es la religión, sino un mundo más humano y amable. Lo que busca es una vida más digna, sana y dichosa para todos, empezando por los últimos. Lo dijo Jesús de muchas maneras: una religión que va contra la vida, o es falsa, o ha sido entendida de manera errónea. Lo que hace feliz a Dios es vernos felices, desde ahora y para siempre. Esta es la Buena Noticia que se nos revela en Jesucristo: Dios se nos da a sí mismo como lo que es: Amor.

1 comentario:

Belén dijo...

No estoy de acuerdo con la parte que a Jesús no le importa la religión, constantemente en el nuevo testamento se habla de cuidar la doctrina, la tradicion, de cuidarse de falsas doctrinas. La religión es doctrina, moral y culto. Qué mejor remedio para el mundo que la fe católica? No protestanticemos la iglesia, el recuerden la parábola del reino de Dios qje es como una semilla y no teman en decir las palabras tal cual son. Se trata de no perder almas!! Eso es lo mas importante, no lo material y lo pasajero.