sábado, 21 de marzo de 2009

Pedro Casaldáliga - Martini Y Millones De Personas Soñamos Con Otra Iglesia Posible

Pedro Casaldáliga anuncia que en esa "otra" Iglesia, "el Papa dejará de ser Jefe de Estado"

El Cardenal Carlo M. Martini, jesuita, biblista, arzobispo que fue de Milán y colega mío de Parkinson, es un eclesiástico de diálogo, de acogida, de renovación a fondo, tanto de la Iglesia como de la Sociedad. En su libro de confidencias y confesiones Coloquios nocturnos en Jerusalén, declara: «Antes tenía sueños sobre la Iglesia. Soñaba con una Iglesia que recorre su camino en la pobreza y en la humildad, que no depende de los poderes de este mundo; en la cual se extirpara de raíz la desconfianza; que diera espacio a la gente que piensa con más amplitud; que diera ánimos, en especial, a aquellos que se sienten pequeños o pecadores. Soñaba con una Iglesia joven. Hoy ya no tengo más esos sueños». Esta afirmación categórica de Martini no es, no puede ser, una declaración de fracaso, de decepción eclesial, de renuncia a la utopía.
Martini continúa soñando nada menos que con el Reino, que es la utopía de las utopías, un sueño del mismo Dios.
Él y millones de personas en la Iglesia soñamos con la «otra Iglesia posible», al servicio del «otro Mundo posible». Y el cardenal Martini es un buen testigo y un buen guía en ese camino alternativo; lo ha demostrado.
Tanto en la Iglesia (en la Iglesia de Jesús que son varias Iglesias) como en la Sociedad (que son varios pueblos, varias culturas, varios procesos históricos) hoy más que nunca debemos radicalizar en la búsqueda de la justicia y de la paz, de la dignidad humana y de la igualdad en la alteridad, del verdadero progreso dentro de la ecología profunda. Y como dice Bobbio «hay que instalar la libertad en el corazón mismo de la igualdad»; hoy con una visión y una acción estrictamente mundiales. Es la otra globalización, la que reivindican nuestros pensadores, nuestros militantes, nuestros mártires, nuestros hambrientos…
La gran crisis económica actual es una crisis global de Humanidad que no se resolverá con ningún tipo de capitalismo, porque no cabe un capitalismo humano; el capitalismo sigue siendo homicida, ecocida, suicida. No hay modo de servir simultáneamente al dios de los bancos y al Dios de la Vida, conjugar la prepotencia y la usura con la convivencia fraterna. La cuestión axial es: ¿Se trata de salvar el Sistema o se trata de salvar a la Humanidad? A grandes crisis, grandes oportunidades. En idioma chino la palabra crisis se desdobla en dos sentidos: crisis como peligro, crisis como oportunidad.
En la campaña electoral de EE UU se enarboló repetidamente «el sueño de Luther King», queriendo actualizar ese sueño; y, con ocasión de los 50 años de la convocatoria del Vaticano II, se ha recordado, con nostalgia, el Pacto de las Cata-cumbas de la Iglesia sierva y pobre. En el 16 de noviembre de 1965, pocos días antes de la clausura del Concilio, 40 Padres Conciliares celebraron la Eucaristía en las catacumbas romanas de Domitila, y firmaron el Pacto de las Catacumbas. Dom Hélder Câmara, cuyo centenario de nacimiento estamos celebrando este año, era uno de los principales animadores del grupo profético. El Pacto en sus 13 puntos insiste en la pobreza evangélica de la Iglesia, sin títulos honoríficos, sin privilegios y sin ostentaciones mundanas; insiste en la colegialidad y en la corresponsabilidad de la Iglesia como Pueblo de Dios, y en la abertura al mundo y en la acogida fraterna.
Hoy, nosotros, en la convulsa coyuntura actual, profesamos la vigencia de muchos sueños, sociales, políticos, eclesiales, a los que de ningún modo podemos renunciar. Seguimos rechazando el capitalismo neoliberal, el neoimperialismo del dinero y de las armas, una economía de mercado y de consumismo que sepulta en la pobreza y en el hambre a una grande mayoría de la Humanidad. Y seguiremos rechazando toda discriminación por motivos de género, de cultura, de raza. Exigimos la transformación sustancial de los organismos mundiales (ONU, FMI, Banco Mundial, OMC…). Nos comprometemos a vivir una «ecológica profunda e integral», propiciando una política agraria-agrícola alternativa a la política depredadora del latifundio, del monocultivo, del agrotóxico. Participaremos en las transformaciones sociales, políticas y económicas, para una democracia de «alta intensidad».
Como Iglesia queremos vivir, a la luz del Evangelio, la pasión obsesiva de Jesús, el Reino. Queremos ser Iglesia de la opción por los pobres, comunidad ecuménica y macroecuménica también. El Dios en quien creemos, el Abbá de Jesús, no puede ser de ningún modo causa de fundamentalismos, de exclusiones, de inclusiones absorbentes, de orgullo proselitista. Ya basta con hacer de nuestro Dios el único Dios verdadero. «Mi Dios, ¿me deja ver a Dios?».
Con todo respeto por la opinión del Papa Benedicto XVI, el diálogo interreligioso no sólo es posible, es necesario. Haremos de la corresponsabilidad eclesial la expresión legítima de una fe adulta. Exigiremos, corrigiendo siglos de discriminación, la plena igualdad de la mujer en la vida y en los ministerios de la Iglesia. Estimularemos la libertad y el servicio reconocido de nuestros teólogos y teólogas. La Iglesia será una red de comunidades orantes, servidoras, proféticas, testigos de la Buena Nueva: una Buena Nueva de vida, de libertad, de comunión feliz. Una Buena Nueva de misericordia, de acogida, de perdón, de ternura, samaritana a la vera de todos los caminos de la Humanidad.
Seguiremos haciendo que se viva en la práctica eclesial la advertencia de Jesús: «No será así entre vosotros» (Mt 21,26). Sea la autoridad servicio. El Vaticano dejará de ser Estado y el Papa no será más Jefe de Estado. La Curia habrá de ser profundamente reformada y las Iglesias locales cultivarán la inculturación del Evangelio y la ministerialidad compartida. La Iglesia se comprometerá, sin miedo, sin evasiones, en las grandes causas de la justicia y de la paz, de los derechos humanos y de la igualdad reconocida de todos los pueblos. Será profecía de anuncio, de denuncia, de consolación. La política vivida por todos los cristianos y cristianas será aquella «expresión más alta del amor fraterno» (Pío XI).
Nos negamos a renunciar a estos sueños aunque puedan parecer quimera. «Todavía cantamos, todavía soñamos». Nos atenemos a la palabra de Jesús: «Fuego he venido a traer a la Tierra; y qué puedo querer sino que arda» (Lc 12,49). Con humildad y coraje, en el seguimiento de Jesús, miraremos de vivir estos sueños en el cada día de nuestras vidas. Seguirá habiendo crisis y la Humanidad, con sus religiones y sus iglesias, seguirá siendo santa y pecadora. Pero no faltarán las campañas universales de solidaridad, los Foros Sociales, las Vías Campesinas, los Movimientos populares, las conquistas de los Sin Tierra, los pactos ecológicos, los caminos alternativos de Nuestra América, las Comunidades Eclesiales de Base, los procesos de reconciliación entre el Shalom y el Salam, las victorias indígenas y afro y, en todo caso, una vez más y siempre «yo me atengo a lo dicho: la Esperanza».
Cada uno y cada una a quien pueda llegar esta circular fraterna, en comunión de fe religiosa o de pasión humana, reciba un abrazo del tamaño de estos sueños. Los viejos aún tenemos visiones, dice la Biblia (Jl 3,1). Leí hace unos días esta definición: «La vejez es una especie de posguerra»; no necesariamente de claudicación. El Parkinson es sólo un percance del camino y seguimos Reino adentro.

Pedro Casaldáliga

Obispos Correntinos: Otra Forma De Hacer Campaña

1. Ante la próxima campaña electoral, compartimos esta reflexión con nuestros conciudadanos, en especial con los candidatos que se postulan para la función pública en diversos servicios de gobierno. La campaña tiene gran relevancia social y política, y ejerce una particular incidencia educativa sobre toda la sociedad. Para que se haga realidad “otra forma de hacer política”, un anhelo sentido y esperado por toda la ciudadanía correntina, necesitamos que se lleve a cabo “otra forma de hacer campaña”.
2. El presente nos sumerge cada vez más en la crisis global, con sus graves consecuencias económicas y sociales. Se pone a prueba nuestra fe, esperanza y caridad. Dios jamás abandona a su pueblo, pero le exige crecer en el amor a él y al prójimo, permitiendo que a veces pase por períodos muy duros. Así lo hizo con Jesucristo, con su madre la Virgen María y lo hace con todos los que él ama. A nosotros hoy nos exige crecer en el compromiso ciudadano, siendo más solidarios y buscando juntos soluciones a las urgencias de nuestros hermanos desocupados, sub-ocupados y muchos ya excluidos de los bienes sociales.
3. Las próximas elecciones despiertan esperanzas de cambio. Pero nos preocupa percibir que son cada vez más los que pierden la fe en la posibilidad de que algo cambie, y que lleve a una mayor justicia y a una distribución más equitativa de los bienes. Nos inquieta escuchar a no pocos que consideran las elecciones como una mera formalidad, a través de la cual cambiarán los nombres de los gobernantes de turno, pero “para que nada cambie”. Sin embargo, creemos que es posible “otra forma de hacer política” y que eso depende de todos y de cada uno. A ello nos convoca el presente momento histórico.
La campaña política: escuela de ciudadanía o campo de batalla
4. El tiempo de la campaña política coloca a la sociedad en un período intenso de posible formación cívica. Por ello, este proceso debe ser una verdadera escuela, donde los candidatos sean maestros que enseñen, con la palabra y el ejemplo, cómo debe ser una competencia transparente, respetuosa del adversario y de acuerdo con la verdad. Sólo una campaña así consolida los valores de la democracia, fortalece la convivencia pacífica y promueve la amistad social entre los ciudadanos.
5. Toda campaña política es una competencia civilizada por la conquista del poder. Las motivaciones para esa conquista no pueden ser otras que el sincero deseo de servicio al bien común de todos; y se oponen frontalmente a los mezquinos intereses sectoriales, o peor aún, a intereses individuales. Para que la campaña sea civilizada, es decir, digna y respetuosa de la persona y de la sociedad, se deben desterrar de ella todas las ofensas personales, descalificaciones, venganzas partidistas y presiones indebidas; en ella no caben las prácticas demagógicas, como el clientelismo y la dádiva, que desvirtúan el noble significado de la política y degradan la cultura cívica. Los partidos políticos y, en particular, los candidatos, tienen hoy la oportunidad histórica de empezar a hacer realidad, ya desde la campaña electoral, otra forma de hacer política. Con ello podrán contribuir enormemente al bienestar y al profundo deseo de paz, de trabajo y de encuentro que busca nuestro pueblo.
6. En esta escuela de la campaña electoral es necesario prestar atención a los candidatos que se entretienen demasiado con sus adversarios políticos descalificándolos, porque esto es señal de que ellos tienen poco para ofrecer. A los que prometen mucho hay que ponerlos en la balanza de lo que hicieron hasta ahora, porque las promesas políticas son creíbles si hay hechos que las confirmen. Al buen político se lo reconoce porque se distingue por el respeto y por el diálogo y porque abre nuevos espacios de encuentro. Los políticos que recurren a las presiones, prebendas, extorsiones, señales éstas de corrupción, se descalifican a sí mismos.
Una campaña diferente es posible
7. La nobleza de la función pública exige del candidato testimonio personal, como expresión de coherencia y ejemplaridad para el crecimiento de la comunidad. El candidato que se presenta en la campaña debe tener integridad moral, amplitud de miras, el compromiso concreto por el bien de todos, capacidad para escuchar, el interés por proyectar más allá de lo inmediato, el respeto de la ley, el discernimiento atento de los nuevos signos de los tiempos y, sobre todo, la coherencia de vida”[1]. Por ello, “otra forma de hacer política” es sustentar la campaña en la veracidad las palabras y en la coherencia de las conductas de los candidatos, con sus propuestas claras, concretas, mensurables, que sean respuesta efectiva a las necesidades de la sociedad, garantizando y acelerando la inclusión de todos los ciudadanos.
8. “Otra forma de hacer política” en la escuela de la campaña electoral, es prestar atención a la capacidad de diálogo y habilidad para gestar consensos que tengan los candidatos. En efecto, de ello dependerá la elaboración de las demasiado postergadas políticas de Estado, que deberán orientarnos hacia un proyecto común de Nación. Éste es un desafío urgente para crecer en democracia y alejar definitivamente autoritarismos de cualquier signo.
9. “Otra forma de hacer política” es promover una campaña en la que se manifiesten deseos sinceros y se proyecten acciones concretas para procurar la reconciliación en la sociedad correntina, que aún padece enfrentamientos y resentimientos entre sectores. Las condiciones para establecer una paz verdadera son la restauración de la justicia, la reconciliación y el perdón, en ese orden, nos recordó el Papa Juan Pablo II.
10. De ahí que, “otra forma de hacer política”, ya desde la campaña, será el compromiso de rigor y transparencia en la gestión económica electoral, que deben distinguir a todos los candidatos sin excepción. Esto se reflejará concretamente en el ejemplo de austeridad, que debería distinguir esta campaña, y en la transparencia de sus ingresos y erogaciones.
11. Por último, interpretando la inquietud y el anhelo de muchos correntinos y correntinas, les manifestamos a nuestros conciudadanos, que se presentan como candidatos para servir a la sociedad en la función pública, que nuestro deseo más profundo es poder caminar juntos hacia el Bicentenario del nacimiento de nuestra patria (2010-2016), fortalecidos en un espíritu común, y con nuevas esperanzas para construir un ambiente de paz y amistad social entre todos.
12. Que nuestra Madre de Itatí, que se puso al servicio de los invitados a las Bodas de Caná (cf. Jn. 2, 1-11), toque el corazón de candidatos y electores, para que sepamos aunar esfuerzos y trabajar juntos hacia una provincia que nos incluya a todos y crezca en un intercambio federal y saludable con toda la Nación.
Corrientes, 16 de marzo de 2008.

Mons. Hugo Santiago – Obispo de Santo Tomé
Mons. Andrés Stanovnik – Arzobispo de Corrientes
Mons. Ricardo O. Faifer – Obispo de Goya
Comisión de Justicia y Paz Arquidiócesis de Corriente