martes, 27 de mayo de 2008

Mensaje del 25 de mayo de Monseñor Andrés Stanovnik

Iglesia de Nuestra Señora de la Merced

Ciudad de Corrientes


Mensaje de Monseñor Andrés Stanovnik


“Cristo es nuestra paz: él ha unido a los dos pueblos en uno solo…” Efesios 2, 14-18


1. La bella imagen de la Virgen de la Merced evoca el amanecer de nuestra Patria. Ante ella queremos celebrar un nuevo aniversario de su nacimiento. Al contemplar la belleza de esta humilde y fuerte Señora, Madre de Dios y Madre de nuestro Pueblo, y sentirnos bendecidos por ella, queremos decirle, como siempre lo hicimos, que aquí estamos sus hijos y sus hijas, agradecidos por tener una Patria y por esta hermosa porción de suelo correntino, que Dios nos ha dado. Aquí vamos construyendo nuestra historia común, entre encuentros y desencuentros, alegrías y tristezas, pero sin perder la esperanza, mientras caminamos hacia la celebración del bicentenario de nuestra argentinidad. En este camino, de luces y sombras, a la inmensa mayoría de ciudadanos y ciudadanas, nos mueve el profundo deseo de ser Nación, “una nación cuya identidad sea la pasión por la verdad y el compromiso por el bien común”, como rezamos en la Oración por la Patria.

I. Un tiempo de renovación

2. Hacemos también una agradecida memoria de los Padres de la Patria y con ellos de tantos hombres y mujeres, nativos de estas tierras, muchos venidos de España y de otros pueblos, quienes llenos de ideales patrióticos, supieron dar respuesta a los retos del momento histórico que les tocó vivir. Ellos empezaron a construir un pueblo que creció en profundos anhelos de ser nación. Inspirados en ellos, también nosotros queremos renovar ese deseo, con la firme convicción de que una nación se construye sobre los grandes valores de amor, de verdad, de libertad, de justicia y de igualdad de todos los ciudadanos. Para que esto se convierta en realidad, tenemos que proceder a una renovación de espíritus y a unas profundas reformas de nuestra sociedad (cf. Gaudium Spes, 26). De poco servirían las reformas, si caen en manos de hombres y mujeres cuyos espíritus no se renuevan.

3. Así como nadie puede darse la vida a sí mismo, tampoco puede renovarla sólo por sí mismo. La auténtica renovación de espíritus es un don de Dios y queremos pedirla con insistencia y humildad por nuestros gobernantes y por todo nuestro pueblo, suplicando hoy la poderosa intercesión de Nuestra Señora de la Merced.

II. Signos fundacionales portadores de valores

4. Este nuevo aniversario de nuestra Patria nos invita a recordar nuestro origen. Allí, como sucede en todo inicio de la vida, se encuentran embrionariamente aquellos elementos fundamentales que luego conforman la identidad y la misión de un pueblo y son fuente permanente de renovación espiritual. Dios, que nos ama inmensamente, nos regaló en los orígenes de nuestra Provincia dos signos que condensan significados de enorme riqueza para una multitud de correntinos y correntinas: la Santísima Cruz de los Milagros y la Limpia Concepción de Itatí. Junto a ellos, y en el contexto de nuestro aniversario, la advocación que preside nuestra celebración es la hermosa imagen de la Santísima Virgen de la Merced, Patrona de la Ciudad de Corrientes, venerada por el pueblo correntino desde 1660. Estos fueron aquellos signos que inspiraron los valores cristianos de amor, verdad, libertad, justicia e igualdad, que están hoy en las bases de nuestra argentinidad y, en particular, de la identidad de nuestro pueblo correntino. Valores que, por otra parte, son patrimonio común de todos los hombres y mujeres de buena voluntad, sin distinción de edad, sexo, condición social e ideas políticas. Al celebrar este aniversario, sentimos una feliz obligación de volver a esos signos, porque sabemos que en ellos está la luz y la fuerza para hacer más humana y más digna nuestra convivencia familiar, social y política.

5. En la Cruz de los Milagros, llamada cruz fundacional de Corrientes, que figura en el escudo de nuestra Provincia y cuyos trazos marcaron la cuna y el crecimiento de nuestra identidad, están contenidos los más altos valores de humanidad. Esa bendita Cruz nos salvó cuando dos pueblos, con visiones diferentes de la vida, se sintieron tentados en dirimir sus diferencias por medio de la violencia. Por esa Cruz se produjo el milagro del encuentro, cuya razón debemos buscarla en el misterio de amor que en ella se revela. Como dice san Pablo, “Cristo es nuestra paz: él ha unido a los dos pueblos en uno solo, derribando el muro de enemistad que los separaba” (Ef 2, 14). Lo hizo “por medio de la cruz, destruyendo la enemistad en su persona”, por eso “él vino a proclamar la Buena Noticia de la paz”, nos sigue diciendo la Escritura. Hoy debemos plantarla de nuevo en medio de nuestros desconciertos, miedos y confusiones, contemplarla y abrazarla, para que su poder renueve profundamente nuestros espíritus, y nos dé “la valentía de la libertad de los hijos de Dios”, para amar a todos y acordar las grandes políticas que incluyan a todos, promoviendo la vida de todos los ciudadanos, especialmente donde está más amenazada: en la concepción ante el crimen del aborto; en los pobres, débiles y sufrientes ante la inequidad y la injusticia; y en la muerte digna ante la indignidad de la eutanasia. Esa cruz, signo del amor de Dios que se entrega hasta el final, ilumine nuestras mentes, purifique nuestros corazones y oriente nuestras voluntades hacia la construcción de una vida más digna y más plena.

6. Ante la imagen de Nuestra Señora de la Merced, nos hará mucho bien recordar que, a lo largo de la historia, fuimos creciendo a pesar de muchas dificultades, de hambre, pestes, calamidades y guerras. Uno de esos períodos de sufrimiento y perplejidad, quedaron registrados en las actas del Cabildo, del día 13 de septiembre de 1660, cuando el Cabildo nombró a Nuestra Señora de las Mercedes “Patrona y Auxiliadora” de todos nuestros trabajos y pestes y demás calamidades que nos afligen. La belleza de esta Señora, que luego fue coronada solemnemente, no brilla tanto por sus joyas, ni está en el precioso metal su principal mensaje, sino sobre todo, por su vida. Su principal belleza de mujer libre y fuerte está en haber vivido entregada por entero, como peregrina de la fe, Madre de Cristo y luego de los discípulos. Por su apertura total a Dios, se hizo lugar de encuentro con Cristo y con los hermanos. Hoy, que nos urge encontrar caminos de entendimiento entre los argentinos, queremos renovar nuestro voto solemne en reconocerla como nuestra “patrona y auxiliadora” y contemplarla, sobre todo, como modelo de pureza y de transparencia en las relaciones humanas, y como ejemplo de fidelidad y coherencia con la palabra dada. A ella recurrimos suplicantes que nos enseñe “la sabiduría del diálogo y la esperanza que no defrauda”.

III. El camino del diálogo fraterno y democrático

7. Hay una profunda coincidencia entre los dos signos: la Cruz y la Virgen. Ambos se convierten en una poderosa señal para el momento de desencuentro que estamos atravesando. En la Cruz contemplamos el amor hasta el extremo como el valor más alto que dignifica la persona y la comunidad. En María, las actitudes de escucha, de acogida y de ternura, especialmente del pobre y del necesitado. En estos signos encontramos la clave que confiere grandeza y dignidad a las relaciones humanas. Los actos de grandeza, tanto en el orden individual como colectivo, se reconocen en las personas por la cuota de sacrificio y de renuncia que entregan a favor del bien común.

8. En cambio, cuando se pierde de vista el ideal del amor hasta el extremo, que está a la base de una auténtica amistad social, las relaciones personales e institucionales se deterioran gravemente. El resultado es inevitable: esas relaciones empiezan a nivelarse por lo bajo. Esa tendencia, de no revertirse, termina inexorablemente en bajeza y degradación. El desleal juego de desgastar al adversario, la práctica inmoral del doble discurso y el necio recurso a la descalificación, abren la puerta al pasillo oscuro de la sospecha, de la desconfianza, de la defensa y del ataque. Cuando se acaba el diálogo surge la agresión. La violencia engendra violencia. Tenemos que entender que no hay diferencia sustancial entre la violencia del palo y la capucha con la del casco y el fusil. Ambas entran en una espiral de violencia, que nunca condujo a nada bueno para nadie, pero trajo, en cambio, mucho sufrimiento y degradación humana para todos.

9. Cuando surgen problemas en la familia, en una institución o en la comunidad política, no se resuelven mediante convocatorias ocasionales al diálogo. Debemos convencernos de que el diálogo exige una profunda renovación de espíritus, que crea en las personas una disposición permanente al encuentro y genera estructuras que lo facilitan. Esa renovación debe contener, como condición indispensable, la confianza entre los interlocutores, la transparencia de sus intenciones y el deseo sincero del bien común para todos; sabiendo que el valor del bien común está siempre por encima de los intereses particulares. Naturalmente, si se aseguran estas condiciones, hay que añadir una alta cuota de humildad, de renuncia y de sacrificio, virtudes sociales que, lamentablemente, no cultivamos con demasiado entusiasmo. Sin embargo, estamos a tiempo para ser razonables y para responder a la estatura espiritual de la mayoría de nuestra gente, que aspira a un trabajo digno con un salario equitativo y justo; que anhela ejercer el derecho de participar responsablemente en la gestión del bien común; que reconoce agradecida el progreso y afianzamiento democrático, convencidos de que es el mejor camino para seguir construyendo una nación justa, fraterna y pacífica.

10. Una comunidad empieza a resolver sus problemas cuando se hace cargo de ellos, los reconoce y es capaz de ponerles nombre. Es decir, cuando se sincera consigo misma y se anima a decir la verdad. Como el adicto, por ejemplo, que inicia su proceso de curación sólo cuando es capaz de reconocer cuál es su verdadero problema. Mientras no lo haga, dará vueltas sobre sí mismo hundiéndose en sus propias contradicciones y creando en torno a sí un sin fin de innecesarias complicaciones y dificultades, para desgracia de sí mismo y de los demás. Hoy tenemos que mirar nuestros problemas como Provincia y como Nación, ponerles nombre, no tenerles miedo y buscar pacientemente el mejor camino para resolverlos por los caminos del diálogo fraterno y democrático.

11. La profunda fe en Dios y en la Virgen de la mayoría de los argentinos y argentinas, y muy especialmente de nuestro pueblo correntino, nos hace un pueblo alegre, acogedor y solidario. Pero al mismo tiempo, esa fe nos hace cada vez más conscientes de nuestros derechos y obligaciones, y de nuestras responsabilidades como ciudadanos. Formar las conciencias, ser abogada de la justicia y de la verdad, educar en las virtudes individuales y políticas, es la vocación fundamental de la Iglesia. Y los laicos católicos deben ser conscientes de su responsabilidad en la vida pública; deben estar presentes en la formación de los consensos necesarios y en la oposición contra las injusticias, nos recordaba el Papa en Aparecida.

12. Somos conscientes de nuestra fragilidad y también de nuestro pecado. Pero, al mismo tiempo, sentimos que el amor de Dios nos levanta y nos anima en la esperanza. Por eso, los invito a rezar, sintiéndonos unidos todos los argentinos y argentinas de buena voluntad, la Oración por la Patria:

Jesucristo, Señor de la historia, te necesitamos.

Nos sentimos heridos y agobiados.

Precisamos tu alivio y fortaleza.

Queremos ser nación,

una nación cuya identidad sea la pasión por la verdad

y el compromiso por el bien común.

Danos la valentía de la libertad de los hijos de Dios

para amar a todos sin excluir a nadie,

privilegiando a los pobres y perdonando a los que nos ofenden,

aborreciendo el odio y construyendo la paz.

Concédenos la sabiduría del diálogo

y la alegría de la esperanza que no defrauda.

Tú nos convocas. Aquí estamos, Señor,

cercanos a María, que desde Luján nos dice:

¡Argentina! ¡Canta y camina!

Jesucristo, Señor de la historia, te necesitamos. Amén.

domingo, 25 de mayo de 2008

Visita Del P. Alberto Brito sj Viceasistente eclesiástico de CVX

El P. Alberto, con Silvia y Miguel de la comunidad Tupasy, Andrea, Eduardo y Toni de la comunidad Ñande Roga



















Fernanda De Luca Presidente de CVX Argentina, presenta a las comunidades



Misa de cierre