Al hablar de los laicos se suele
hablar de "vocación" y de "misión" en forma casi
inseparable. Análogamente, se habla de los laicos "en la Iglesia" y
"en el mundo". Se habla entonces de la "vocación y misión de los
laicos en la Iglesia y en el mundo", y al hacerlo se admite que intimidad
y extroversión no son pasos sucesivos sino circulares, o mejor dicho "espirálicos".
Se trata de dos líneas de la vida cristiana que son inseparables y que se
alimentan mutuamente. Así, podríamos hablar de la "Oración
Apostólica", o del "Apostolado orante". Podríamos hablar también
del "estar con Jesús" y del ser "enviados por él", o de
espiritualidad y ética, de llamada y respuesta. En definitiva, ser laico es un
problema de desarrollar un "estilo de vida coherente y consecuente con la
vida de gracia recibida". En el evangelio hay muchos trozos que ayudan a
comprender la inseparabilidad de estas dos dimensiones. Yo les sugiero tomar Jn
15,1-17: el discurso de la vid y las ramas. Los verbos principales son
"producir (frutos)" y "permanecer", o sinónimos de éstos en
distintas conjugaciones. "Yo soy la vid y ustedes las ramas"... las
ramas dan fruto si permanecen unidas a la vid... "sin mi no pueden hacer
nada". Nosotros nos quedamos en Jesús, y Jesús se queda entre la gente por
medio de nosotros. Permanezcan en mí... den fruto... el fruto permanece (v16).
Hay ciertamente una tensión entre oración y apostolado, entre permanecer y dar
frutos, entre llamada y respuesta. Pero se trata de una tensión constructiva y
que sólo por inmadurez nuestra o por equívocos históricos se nos presenta a
veces como oposición. Se ha dicho en la historia, y a veces lo decimos nosotros
en nuestra historia personal, que o elegimos la vida de oración - separada del
mundo, contemplativa - o elegimos la vida en el mundo -apostólica, activa -.
Jesús no incurrió en esa dicotomía. Su misión fluye de su oración, su oración
lo dinamiza y lo lanza al mundo, y el mundo le provoca sentimientos y mociones
que lo hacen volverse a su Padre en oración.