lunes, 11 de junio de 2012

PRINCIPIO Y FUNDAMENTO
ELÍAS ROYÓN, SJ


1 Introducción.  Es bien conocido que S. Ignacio no escribió el libro de los Ejercicios Espirituales con el objetivo de que fuera un texto de “lectura espiritual”. Pero si hubiera dudas sobre este particular, bastaría comenzar a leer sus primeros párrafos y en concreto el titulado “Principio y Fundamento” [Ej 23] para convencerse de lo dicho.

Nos encontramos con un texto sin un engarce redaccional con los párrafos que le precede, ni con los de la Primera Semana que le siguen. Se podría decir que textualmente es un párrafo a se, aunque como tendremos ocasión de comprobar más adelante su contenido pertenece al núcleo esencial de los Ejercicios y está presente explícitamente en los momentos más importantes y decisivos del proceso interior de los Ejercicios.

Hoy parece una convicción compartida por todos los especialistas que la experiencia personal de Ignacio del PF se remite a Manresa, incluso se apunta a la eximia visión del Cardoner. Sin embargo en una formulación todavía imperfecta, la encontramos en la época de Paris, y el texto definitivo que hoy conocemos en los primeros años de estancia en Roma (1536-1539). Es decir, después de haber terminado sus estudios, lo cual explica su depurada y casi escolástica formulación  (Arzubialde 1991,71-73).

Otra peculiaridad  que llama la atención a quien lee atentamente este texto es que, en contra de lo que es normal en otros “ejercicios”, meditaciones o contemplaciones, Ignacio no lo acompaña de ninguna advertencia sobre el “modo y orden”, es decir, cómo y cuándo hacerlo, ni si es necesario usar alguna repetición. Ni entra en el cómputo de los días que se deben dedicar a la Primera Semana.

La respuesta a estos interrogantes la encontramos en el objetivo que atribuye S. Ignacio a este ejercicio en el conjunto de la experiencia, y al uso que hace del mismo en la práctica del dar los Ejercicios. Sabemos de la larga preparación que Ignacio daba a los candidatos para entrar en Ejercicios. En esta situación la preparación del PF era simplemente una “declaración”  a la que se dedicaba poco tiempo y que, normalmente se hacia el mismo día en que se explicaban los Exámenes; “aquella tarde comience a proponerle los pecados”. Con una buena preparación, bastaba, pues, un simple recuerdo, una visión de conjunto; sin que ello signifique que esta “declaración” no tuviese importancia. Así en el Directorio dictado al P. Vitoria se alude la necesidad de recordar al ejercitante la dificultad que hay en ordenarse, apuntando así al fruto que se desea obtener en el PF: “para que sintáis la dificultad que hay de usar con indiferencia los medios que Dios nos ha dado para alcanzar el fin” (D4,21).

Pero esta situación, en algún modo ideal, de larga preparación duró poco; y entonces Ignacio debió cambiar el “modo y orden” de presentar el Principio y Fundamento. Era necesario retener al ejercitante un tiempo para introducirlo en la experiencia de las realidades que se propondrán. El PF pasa así de una simple “declaración” o recordatorio de lo experimentado a un texto al que hay que dedicar tiempo de oración, para suscitar las actitudes y las disposiciones requeridas para hacer los Ejercicios; la preparación, pues, ha de hacerse dentro del tiempo propiamente dedicado a la experiencia de Ejercicios y en ella habrá que emplear algunos días. (cf. D4,20).

 2. ¿Un texto antropocéntrico?  “El hombre es criado para….” Con estas palabras comienza el Principio y Fundamento. Estamos ante un texto cuyo centro está ocupado por el “hombre”; incluso, entendiéndolo bien, lo calificaría como “antropocéntrico”; y digo, bien entendido, porque se trata de una antropología trascendente, una concepción de la vida, en definitiva, cuyo centro no lo ocupa el propio sujeto, sino que el sujeto “se recibe” de otra instancia superior, soberana y libre, que es Dios, el Señor. Así el “hombre creado”, se recibe como fruto del amor de Dios.

Dios no sólo está al inicio de la vida del hombre, por el dato de que Él es su creador, sino que además al crearlo le ha dado una finalidad, un sentido. Los “fines”, los “para qué” no los define, pues, el propio  hombre, ni juzga sobre su verdadero logro, los formula el Criador y Señor, que los da como tarea del hombre. Y en este sentido la creación de Dios es vocacional; el PF los subraya cuando después de la afirmación del carácter “creatural” del hombre, añade cuál sea su tarea y misión: alabar, hacer reverencia y servir. Para esto ha sido creado. La “vocación” esta vinculada al simple hecho de existir; es el pensamiento providente del Creador sobre cada criatura, es su proyecto como un sueño que está en el corazón de Dios porque ama a la criatura.

El ejercitante deberá tomar conciencia de su realidad vocacional, de ser “llamado” de un modo particular y especifico por Dios; “creado a su imagen y semejanza”, lo que lo convierte en un ser único e irrepetible, donde se fundamenta su libertad e identidad. Y a la vez se deja dictar los objetivos más profundos de su existencia por otra Persona, que toma el señorío de su propia vida, de aquí el mandato de Jesús: “amarás al Señor con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser” (Mt.12:28-34). Nos encontramos así con una concepción de la vida humana en las antípodas de la postmodernidad, donde uno se concibe como centro único de su universo, no se recibe de otra instancia; los fines se elaboran y formulan desde el propio sujeto y en la consecución de ellos se concretiza la felicidad.

3. Las otras cosas sobre la haz de la tierra…” El lugar central que el hombre ocupa en el PF viene confirmado en esta proposición  en la que S. Ignacio lo sitúa como fin de las criaturas: “son criadas para el hombre  y para que le ayuden en la prosecución del fin para que es criado.”  La vocación del hombre para Ignacio se halla claramente definida por la intención de Dios sobre la creación. Las criaturas, “las otras cosas sobre la haz de la tierra”, son puestas a disposición del hombre para que en ellas y a través de ellas pueda “alabar, hacer reverencia, servir al Creador; en definitiva para que usándolas desde su libertad pueda realizarse, lograr su fin último, su felicidad. Así mientras la creación se presenta como un camino para que el hombre alcance su fin, el hombre se transforma en camino, querido por Dios, por donde la creación entera evoluciona hasta Dios en el Cristo total. “Todo es vuestro, vosotros sois de Cristo, Cristo de Dios”  (1 Cor. 3:22) (Cusson 1973, 63-64).

Desde Manresa, Ignacio, en lo que se ha podido llamar “su conversión al mundo” se “vuelve” a la creación para contemplar en ella la huella de Dios, su Creador. El hombre puede amar la realidad porque puede encontrar en ella el rostro de Dios, porque las criaturas son el don que Dios le hace. Así la CAA nos enseña a “mirar cómo Dios habita, se hace presente, en las criaturas…” [Ej 235]. Será un amarlas en Dios, que a la vez le permite amar a Dios “en ellas”.  Nos encontramos aquí con el fundamento de uno de los principios más característicos de la espiritualidad ignaciana, formulado en las Constituciones con estas palabras, “a Él en todas amando y a todas en Él” [Co.288], que hace posible en definitiva el “ser contemplativo en la acción”. A la luz de este modo de ver la creación, “medio divino”, se entiende bien la insistencia ignaciana de usar los medios humanos “no para confiar en ellos sino para cooperar a la divina gracia”  [Co. 814].

4. La indiferencia ignaciana: “Por lo cual es menester hacernos indiferentes…”. En el Directorio dictado al P. Vitoria, Ignacio sugiere que el PF se proponga en tres puntos: el fin, los medios y la dificultad. El fin y los medios se remiten a la vocación del hombre, situado en el centro de “todas las cosas creadas” para servir y alabar a su divina Majestad. Sobre el tercer punto explicita “sentir la dificultad que hay en usar con indiferencia los medios que Dios nos ha dado para alcanzar el fin para el que fuimos creados, y para que conociendo esto, os coloquéis enteramente en sus manos. [D4, 21]

Ignacio nos da aquí una definición de lo que entiende por indiferencia: “colocarse enteramente en manos de Dios”.  Para que sea posible la armonía entre los medios y el fin será necesario “hacerse indiferente”, ponerse en manos de Dios; tenerle como el único Absoluto, de tal modo que el “amarás al Señor tu Dios con todo el corazón” se convierta en una actitud existencial. Porque se trata de amor, de liberación interior de todo apego desordenado. Rahner la define como “un sentimiento excepcionalmente vigilante, podríamos decir super agudizado, respecto a todo lo que no es Dios; una querida e intencional apatía frente al valor perecedero, transitorio, sustituible, ambivalente de todas las cosas que no son Dios, aun de las cosas sagradas” (Rahner 1964, 773).

No se trata en modo alguno de la “ataraxia” estoica, que pretende negar el sentimiento y la afectividad Humana, llegando a un frío equilibrio y al desapego de la realidad, ni de esa actitud del “estar de vuelta” de las cosas. Sino que se trata de la actitud cristiana por la que nos abandonamos al Dios trascendente y al mismo tiempo nos hacemos capaces de buscarle y hallarle en la inmanencia de las cosas, y adorarle y servirle en todo. Los ejemplos del texto PF sugieren los elementos fundamentales en los que  descansa la seguridad del hombre: salud, vida, riqueza, honor. La indiferencia ignaciana sitúa en Dios la seguridad y la esperanza del hombre. “Abandonarse enteramente en manos de Dios” , lo cual exige una adhesión afectiva, personal al Creador y Señor que nos ama, una experiencia de “sentirse” amado por Dios, como alguien único e irrepetible. El resultado de esta experiencia es precisamente lo que S. Ignacio entiende por “indiferencia”.
   
El P. Arrupe afirma que la indiferencia es el modo típicamente ignaciano de afirmar el Absoluto de Dios y lo relativo de todo lo demás, y concluye, “es sencillamente, creer” (Arrupe 1981, 240). Es así como el ConcVat II definió el acto de fe por el cual “el hombre se confía libre y totalmente en Dios (DV 5).

Una tal situación espiritual no puede darse por supuesta en todo el que se inicia en el “hacer” los Ejercicios. Efectivamente, el texto alerta de que “es menester hacernos indiferentes”; es un ideal que se propone, pero sin que deba ser entendido como un objetivo a conseguir con el esfuerzo voluntarista de ejercitante, o como el resultado inmediato del tiempo dedicado a este documento al comienzo de los Ejercicios. Se comprende bien que no es lo mismo “disponerse” a la indiferencia, fruto de la consideración del PF que “estar en” indiferencia; como que no consiste en que nosotros nos hagamos indiferentes, cuanto en que Dios nos ponga en indiferencia, como fruto de todo el proceso de gracia de las cuatro semanas de la experiencia de los Ejercicios. Se trata del “fruto de una acción purificadora y liberadora del Espíritu” que lleva a hacerse disponible, a ponerse “todo entero” a disposición de su divina voluntad, comenta Arrupe; a “colocarse enteramente en manos de Dios”, como hemos recordado más arriba (Arrupe 1981,240).

Supone sin duda, como dice el Directorio del P. Vitoria(D4), una auténtica “dificultad” de la que hay que advertir al ejercitante e iniciarle en el trabajo de “vencer a sí mismo y ordenar su vida, sin determinarse por afección alguna que desordenada sea” [Ej 21],como finalidad propia de los Ejercicios, un trabajo que se prolongará a través de las meditaciones y contemplaciones de los misterios de la vida Cristo de las próximas semanas.

5. Indiferencia y elección. La indiferencia se remite al discernimiento y en consecuencia a la elección, que es el objetivo principal de la experiencia de los Ejercicios. Ordenar la vida para “buscar y hallar la voluntad divina” [Ej1], dice la anotación primera, completando así la descripción del fin de los Ejercicios [Ej21]. Ordenarse para elegir, estar indiferente para “no querer de nuestra parte” más que desear y elegir lo que sea conforme al querer divino, lo que más conduce al servicio y a la alabanza de su divina Majestad. La actitud de la indiferencia equivale, pues, a la libertad interior del “hombre de los Ejercicios”; un hombre, abnegado, disponible para elegir con “una más cierta dirección del Espíritu Santo”     (Arrupe 1981,241)

El PF inicia, pues, al ejercitante en esta actitud fundamental de la indiferencia. Después, la oración preparatoria la hará presente, como petición, al comienzo de cada ejercicio: “que todas mis intenciones, acciones y operaciones sean puramente ordenadas en servicio y alabanza de su divina majestad” [Ej16], y los documentos del proceso de la elección (Preámbulo, Maneras de Humildad, Binarios) la retienen como disposición indispensable para entrar en ella.

En el Preámbulo para hacer la elección [Ej 169] S. Ignacio describe las actitudes previas, necesarias para disponerse a buscar en concreto dónde y cómo quiere Dios nuestro Señor servirse de nosotros: “…el ojo de nuestra intención debe ser simple, solamente mirando para lo que soy criado,[…] y así cualquier cosa que yo eligiere, debe ser a que me ayude para el fin para que soy criado”.  Y finalmente concluye: “así ninguna cosa me debe mover a tomar los tales medios o a privarme dellos, sin sólo el servicio y alabanza de Dios nuestro Señor…” Ignacio pone de manifiesto no sólo que la intención para elegir debe ser “simple”, sino también “ordenada” según la vocación del hombre, para que pueda lograr su realización trascendente, y en definitiva obtener su felicidad suprema.

El Directorio autógrafo indica qué preparación es necesaria para entrar en el proceso de las elecciones, qué disposición interior se precisa para elegir: “el que las ha de hacer con entera resignación de su voluntad: y si es posible que llegue al tercer grado de humildad “.  Y en un momento posterior añade: “quien no esta en la indiferencia del segundo grado, no está para ponerse en elecciones…” (D1, 17). ¿Cuál es el contenido de esta indiferencia? ¿Cuales son sus exigencias?

En realidad la llamada “indiferencia del segundo grado de Humildad” incluye la regla del “tanto-cuanto”  que correspondería al primer grado de Humildad [Ej165]: usar las cosas según el orden establecido por la ley de Dios nuestro Señor.  Pero avanza más en el proceso de ordenar los afectos y en definitiva prepara las motivaciones para elegir. No se trata simplemente del principio de usar o no usar las cosas según me ayuden al fin, sino que incluye la actitud afectiva del distanciamiento critico de las mismas, “que me halle como en medio de un peso” [Ej 179] hasta saber cual es la voluntad de Dios para mi, acerca del uso de ellas; ya que esa voluntad será la única motivación para elegirla. Así viene formulado en la segunda Manera de Humildad: “….que no quiero ni me afecto más a tener riqueza que pobreza, a querer honor que deshonor, a desear vida larga que corta, siendo igual servicio de Dios nuestro Señor…” [Ej 166] porque no se está ante un valor y un contravalor, ni hay que elegir entre lo que me ayuda y lo que me aparta del fin. En definitiva, el uso de las cosas no viene regulado por el criterio de lo que ayuda, sino por la voluntad divina.

La indiferencia del PF presente en la segunda Manera de Humildad, se recoge también en la actitud del tercer Binario, del “que quiere solamente quererla o no quererla, según que Dios nuestro Señor le pondrá en voluntad” [Ej 155]. Esta expresión se propone como oración de petición, en el primer modo para hacer elección: conocer lo que pone el Señor en mi corazón, como voluntad suya, para que yo elija. Es este un principio de la concepción ignaciana de la elección: no elegimos nosotros, es el Señor quien pone en nuestro corazón lo que quiere que elijamos: “pedir a Dios nuestro Señor quiera mover mi voluntad y poner en mi ánima lo que yo debo hacer acerca de la cosa propósita, que más su alabanza y gloria sea…” [Ej 180].  Se comprende así que Ignacio concluya tan frecuentemente sus cartas pidiendo la gracia “para que su santísima voluntad siempre sintamos y aquella enteramente cumplamos”. “Sentir la voluntad de Dios forma parte fundamental del proceso de todo discernimiento que concluye con una elección. Así pues toda la actividad del hombre, como criatura, que debe dirigirse a realizar “su vocación” se finaliza en este proceso de “disponerse”, con la gracia divina, para buscar y sentir la voluntad de su Creador. Esta disposición interior supone, claro es, despegarse de los afectos no ordenados que pueden oscurecer o desviar del camino que  conduce al “hallar” la voluntad divina, dada a conocer, como don, al corazón humano.

6. El “Magis” ignaciano: criterio de elección. “Solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce…”. La indiferencia como disposición espiritual para la elección no es un principio estático, sino que en cuanto se configura como el deseo de abrirse y acoger la voluntad de Dios, se transforma en un dinamismo que lleva al “Manis” característico de la espiritualidad ignaciana. También en esto el PF se presenta como experiencia de iniciación.

La conclusión del texto “solamente deseando y eligiendo lo que más conduce …” contiene y supera las dos actitudes anteriores,  la del “tanto-cuanto” y de la “indiferencia”. Si de alguna manera, la actitud de indiferencia quedaba resumida por el mismo Ignacio con la imagen del fiel de la balanza, “como en medio de un peso” [Ej. 179] y con la palabra “equilibrio” en el Directorio  de Vitoria: “de donde nacerá la necesidad de mantenerse en equilibrio”  (D4, 21), la conclusión final del PF rompe tal equilibrio y se abre a una dinámica nueva de deseo y elección. No se “desea y elige” lo que conduce al fin, sino que “solamente se desea”, e, incluso, “se elige”, lo que más conduce a la alabanza y al servicio de su divina majestad.
   
El telón de fondo de este magis ignaciano hay que buscarlo, no en la experiencia, un tanto voluntarista, de los primeros momentos de la conversión de Ignacio en Loyola, sino en su concepción de Dios siempre mayor que todo lo que sabemos de Él, siempre mayor que todo aquello en que podemos encontrarlo, es decir, de su imagen de Dios totalmente Otro y trascendente en su amor. (Arzubialde 1991, 81).

Frente al Dios siempre nuevo y siempre mayor, al hombre no le cabe sino la apertura del magis, el hacerse “peregrino de la infinitud”, buscador constante de Dios en todas las cosas para amarle en todas ellas.

Esta afirmación conclusiva de PF como actitud que lleva a desear y elegir lo que más conduce a la realización de la vocación humana de la alabanza y el servicio, es un buen lugar para plantear la cuestión del aspecto cristológico del Principio y Fundamento. En él ciertamente no se nombra a Jesucristo; está referido a Dios nuestro Creador y Señor. Pero son bastantes los autores que aciertan al probar que existen razones para afirmar la presencia y necesidad de explicitar el carácter cristológico del mismo (Losada 1982, 45-57; Fiorito 1961,5 ss). Ciertamente una lectura cristológica del texto le da una gran unidad con todo el resto de los Ejercicios, y de un modo particular con las meditaciones fundamentales como el Reino, Banderas, Binarios, Maneras de Humildad, Contemplación para alcanzar Amor.  La centralidad de Cristo en todas ellas y las referencias explícitas a las actitudes de la indiferencia y del magis, hacen difícil mantener la ausencia de Cristo en este texto.

Se impone una atención particular al proceso de la elección, al que ya no hemos referido en la consideración de la indiferencia, pues en las elecciones se recoge y muestra la unidad estrecha que existe entre los dos temas a que acabamos de referirnos: el magis y el aspecto “cristológico” del Principio y Fundamento.

Ya recordábamos que el Directorio Autógrafo (D1) consideraba como disposición ideal para entrar en  las elecciones el “tercer grado de humildad” [Ej 167]. Acabamos de mostrar cómo la indiferencia del PF contenida en la segunda Manera de Humildad y en la actitud del tercer binario parece una buena disposición para elegir, en cuanto supone una liberación de afectos desordenados y por tanto se sitúa en un distanciamiento critico ante las posibilidades de elección, quedando en equilibrio afectivo. Y sin embargo, para S. Ignacio no es todavía la disposición ideal; esta será la tercera Manera de Humildad, en la que no es posible el “equilibrio” entre la pobreza y la riqueza, el honor y el deshonor… sino el desear y elegir más pobreza y el deshonor con Cristo pobre y humillado [Ej 167].

Este aparente cambio de perspectiva, este pasar de estar en el fiel de la balanza a querer y elegir la pobreza, es la consecuencia del dinamismo del magis ignaciano que conduce a la identificación con Cristo. Lo que más conduce a la plena realización de la vocación humana, no puede ser otra cosa que la respuesta a la llamada del Señor a seguirle identificándose con su Persona e imitando su comportamiento. Pues bien, a este tercer grado de “amor a Dios”, inicia la conclusión del texto del PF y concretamente a la dinámica del magis que presenta.

Pero se llega aquí después de un proceso de “dejarse afectar” por Jesús, al que se le ha pedido y continuará suplicando en cada contemplación de los misterios de su vida que nos conceda “conocimiento interno para que más le ame y le siga”  [Ej 104], como igualmente en los coloquios con nuestra Señora para que nos alcance ser recibidos debajo de la bandera de su Hijo y Señor [Ej 147]. El desear y elegir más la pobreza y las humillaciones, siendo igual alabanza y gloria de su divina majestad”, tiene una sola motivación: “imitar y parecer más actualmente a Cristo nuestro Señor”.  La fascinación de la Persona de Jesús y su vida ha operado en el ejercitante la transformación de su cuadro de valores.

7. El Principio y Fundamento un texto de “iniciación”. De aquí que se pueda hablar del PF como de un texto de “iniciación” y síntesis conclusiva del proceso de los Ejercicios (Royón 1981, 24ss). No es posible que en pocos días dedicados a la oración sobre el contenido de este texto, el ejercitante obtenga el fruto al que acabamos de referirnos. Será al final del proceso de los Ejercicios cuando podrá ofrecer “toda su libertad, memoria, entendimiento y toda su voluntad”, porque solo le basta el amor y la gracia del Señor  [Ej 234]. Se deja sugerido aquí la relación estrecha que existe entre la primera y la última página de los Ejercicios, el PF y la Contemplación para alcanzar Amor.

Todos los Directorios anotan que debe proponerse al comienzo; y en este sentido se puede hablar de que el PF es inicio y pórtico de los Ejercicios; incluso este seria el primer significado de su titulo “Principio”. Se propone y se hace al principio de la experiencia.

Sin embargo, el análisis del texto y su presencia en momentos claves en la experiencia, como son las elecciones, nos lleva a concluir que este “inicio”, o ”principio” tiene un significado más profundo que la mera indicación de temporalidad, y que hace referencia al “fruto” final, que en los Ejercicios se persigue: ordenar los afectos para “buscar y hallar la voluntad divina en la disposición de su vida”, como se formula en la anotación primera [Ej 1], o en la anotación quinta: “….ofreciéndole todo su querer y libertad, para que su divina majestad, así de su persona como de todo lo que tiene, se sirva conforme a su santísima voluntad”  [Ej 5] . Se trata, por tanto, de una auténtica “iniciación” a toda la experiencia; o si se quiere de la presentación de una “síntesis” conclusiva de todo el proceso espiritual que le seguirá. Es como la obertura de una sinfonía donde se sugieren ya todos los temas que después serán desarrollados.  El P. Calveras dice que tiene “el carácter primario de orientación para todo el trabajo posterior”;  es necesario, por tanto, hacer comprender al ejercitante la importancia que tiene la regla de “tanto-cuanto”, de la “indiferencia”, y del magis para todo lo que viene después (Calveras 1941,120).

G. Cusson lo resume diciendo que “introduce al hombre en una visión tal que despierte en él el deseo de hacer la experiencia que proponen los Ejercicios y suscite del interior las disposiciones requeridas” (Cusson 1973, 52). En su tanto, lo mismo se podría decir de la quinta anotación cuando pide  “..entrar en ellos con grande ánimo y liberalidad con su Criador y Señor, ofreciéndole todo su querer y libertad…” [Ej 5]. Una cosa es, advierte Calveras, querer trabajar seriamente por llegar a la indiferencia y otra llegar a poseerla realmente (Calveras 1941, 122); esto último es el fruto de la experiencia completa de los Ejercicios, mientra que lo primero es lo que se espera de consideración del Principio y Fundamento.       



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