viernes, 17 de septiembre de 2010

Dios y el dinero - XXV Domingo del Tiempo Ordinario (Lc 16, 1-13) - José Antonio Pagola


La frase última que acabamos de escuchar a Jesús es muy conocida. Ningún comentarista de la Biblia duda de su autenticidad. Al contrario piensan que es la sentencia que mejor refleja la postura de Jesús ante el dinero. Además, la claridad y la contundencia con que Jesús se expresa excluye todo intento de suavizar su sentido: “No podéis servir a Dios y al dinero”.

Todos hemos sido testigos y, a veces, víctimas de experiencias desagradables cuyo origen está en el dinero: discordias familiares, enfrentamientos sociales, ruptura de buenas amistades, intranquilidades personales, injusticias frecuentes, corrupción social, odios numerosos y sufrimientos profundos...

Según Jesús el dinero en sí no es malo, porque es un medio, un instrumento. Lo que puede hacerlo malo o bueno es la intención, el corazón de la persona que maneja el dinero. Por eso, Jesús, nos llama la atención sobre el uso que hacemos del dinero.

Además hay otra cosa: Hoy se habla mucho de la crisis religiosa provocada por el agnosticismo contemporáneo, pero se olvida ese “alejamiento” de Dios que tiene su origen no en el agnosticismo, sino precisamente en el poder seductor del dinero, en el modo de utilizar el dinero. Hoy no se habla de esto y sin embargo, según Jesús, quien se ata al dinero termina alejándose de Dios.

Siempre se ha hecho notar que, curiosamente, el evangelio no denuncia tanto el origen inmoral de las riquezas conseguidas de manera injusta cuanto el poder que el dinero tiene de deshumanizar a la persona separándola del Dios vivo. Las palabras de Jesús buscan impactar al oyente oponiendo frontalmente el señorío de Dios y el del dinero. No se puede ser fiel a Dios y vivir esclavo del dinero. Y es que la riqueza tiene un poder subyugador irresistible. Y aquí caemos todos, los de derechas, y los de izquierdas, los creyentes y los no creyentes. Cuando el individuo entra en la dinámica del ganar siempre más y más y del vivir siempre mejor, a la última moda en todo, el dinero termina sustituyendo a Dios y exigiendo obediencia absoluta. En esa vida, orientada así, ya no reina el Dios que pide amor y solidaridad, sino el corazón adinerado que sólo mira el propio interés.

Los exégetas, los estudiosos de la Biblia, han analizado con rigor este texto evangélico y según esos análisis, el “dinero” viene designado con el término de “mammona”, que sólo aparece cuatro veces en el Nuevo Testamento y siempre en boca de Jesús. Se trata de un término que proviene de la raíz aramea “aman” y significa cualquier riqueza en la que el individuo apoya su existencia. Al utilizar este término, el pensamiento de Jesús aparece con más claridad: cuando una persona hace del dinero la orientación fundamental de su vida, cuando el dinero es su único punto de apoyo en la vida y su única meta, entonces la obediencia al Dios verdadero se diluye.

Y la razón es bien sencilla. Porque el corazón del individuo atrapado por el dinero se enfría y se endurece convirtiéndose como en un bloque de hielo. Tiende a buscar sólo su propio interés, no piensa en el sufrimiento, ni en la necesidad de los demás. En el corazón adinerado no hay lugar para el amor desinteresado, ni para la fraternidad.

No lo dudéis, el corazón adinerado corre el riesgo de volverse insolidario. No ve las necesidades ni las injusticias que sufren los otros. Sólo vive para acaparar cosas, para acumular experiencias placenteras y para atrapar posesivamente a las personas.

Y, por eso mismo, en él no hay lugar para un Dios que es Padre de todos. Por desgracia para la persona atrapada por el dinero, Dios tampoco tiene sitio en su corazón. Porque su religión es el mercado: todo se compra, todo se vende. Así no puede acoger a Alguien que es Amor, Gratuidad. Y es que no puede saber nada de ese Dios porque no sabe esperar nada gratuito ni de los hombres, ni del amor de Dios.

Este mensaje del Evangelio no ha perdido actualidad pues restituye al dinero su verdadero valor y su carácter humano. El dinero puede ayudar a las personas, pero también hoy es un error hacer del dinero el “absoluto” de la existencia. ¿Qué humanidad puede encerrarse en quien sigue acaparando más y más, consumiendo más y más, olvidado absolutamente de quienes padecen necesidad, de quienes carecen de empleo?

¿A quién sirvo? ¿Son buenos poderes de vida los que mandan en mí? ¿De qué dependencias y adiciones me vendría bien verme libre?

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