lunes, 30 de marzo de 2009

Lo Ignaciano De La CVX

Deseo de ser compañero de Jesús. La vida presente la vivimos en Cristo Jesús (Gálatas 2,20). La fe en Jesús se vive en el seguimiento. La espiritualidad ignaciana aspira a conocer a Jesús para “más amarlo y seguirlo”. Aspiramos a ser amigos y compañeros de Jesús porque Él nos ha elegido para esta amistad. En la oración hablamos como un amigo habla a otro amigo (54). Ser compañero es seguir a Jesús con otros compañeros. Jesús camina con hombres y mujeres que le acompañan. Ignacio busca compañeros. En CVX nos reunimos en comunidades para compartir las experiencias, para vivir la amistad, el deseo de que venga su Reino. La espiritualidad ignaciana nos llama a ser compañeros, a compartir el pan de la vida y ser pan de vida para otros. Todos los compañeros y compañeras que compartimos en comunidad, somos pecadores perdonados, invitados a la mesa de Jesús que no vino a buscar a los justos sino a los pecadores. Descubrimos a Jesús como compañero en la Palabra que lo anuncia, en la Eucaristía que nos los entrega, en los pobres en los cuales nos sale al encuentro. ¿Qué indicios descubres en tu vida del llamado a ser compañero de Jesús? Cuando se comparte en comunidad ocurren por lo menos dos cosas: hay que hacer sacrificios para que la comunidad funcione y viva; en segundo lugar, recibimos oportunidades con las que no contábamos. Para ti, ¿cuáles son los sacrificios y dónde están las oportunidades de la vida comunitaria?

La Pasión por la misión. La espiritualidad ignaciana genera un apasionamiento por la misión. Jesús es El Enviado del Padre para llevar adelante una misión. ¿Te consideras también enviado a la situación, a las personas con las que te toca vivir?

Los medios que más conducen al fin. Quien esté enraizado en la espiritualidad de Ignacio no sólo busca el medio adecuado y bueno, sino el mejor, el que más conduce. Se trata de la excelencia que no se reduce a lo académico, sino que cruza por lo humano, la acogida, la simpatía, la humanidad con todo lo sano y noble creado por el Señor.

La espiritualidad ignaciana es una espiritualidad de paradojas. Valora lo universal y se concentra en lo pequeño y concreto; busca recursos para realizar la misión y ama la pobreza que acerca a Jesús; se compromete radicalmente, pero no se aferra como posesión al trabajo emprendido; ora con fe, recibiendo del Señor la luz y la gracia, y se empeña en el trabajo como asociado del Señor; arranca de convencimientos profundos y personales, pero los comparte con otros en comunidad; vive de una libertad sentida y no teme comprometerse con otros que pudieran limitarla o someterse a una autoridad más alta también inspirada por el mismo Espíritu.

Orar como un amigo habla con un amigo. En la oración ignaciana se emplea la razón, la memoria y la voluntad, y se le da su lugar a los sentidos, lo intuitivo. La oración ignaciana abarca la totalidad humana, privilegia el cuerpo. También coteja la historia propia con la historia de salvación del pueble de Israel y la historia de Jesús de Nazaret y su comunidad de discípulos. La oración ignaciana es evaluada.

La espiritualidad de Ignacio asume los procesos y los requisitos. Todo no da lo mismo. No cualquier medio, cualquier acción nos acercará al bien que buscamos. Hemos de atender a lo que el Señor nos da a desear.

La espiritualidad ignaciana pasa por el discernimiento personal y comunitario. Para sentir las mociones e interpretar su origen, su dirección y el lugar que ocupan en el dinamismo del Reino en el cual se integran todas las acciones del Espíritu.

P. Manuel Maza, sj (CVX. Rep. Dominicana)

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